lunes, 23 de enero de 2012

La leyenda de las Navas de Tolosa o cómo los cristianos muertos reclamaron a los vivos

En las Navas, casi todas las fuerzas hispanas se unieron en una empresa que sentían como propia. Muchos derramaron su sangre en aquel empeño. Otros lo dieron todo, aunque no tenían sangre que derramar; eso, al menos, dice la leyenda.

Este año se conmemora el ochocientos aniversario de la batalla de las Navas de Tolosa. Decisiva donde las haya, tuvo lugar a comienzos del siglo XIII, y selló el destino de la Reconquista al poner Andalucía al alcance de las monarquías cristianas.

La batalla de las Navas de Tolosa fue el principio del fin de la presencia islámica en España. Apenas unos años después, Fernando III conquistaría el feraz valle del Guadalquivir, reduciendo la presencia musulmana en la península a poco más que al reino nazarí granadino. Las distintas Coronas hispánicas, con excepción de León, prestaron su concurso en tal alta ocasión, pues el rey Alfonso IX dudaba antes de comprometerse en la empresa.

Tenía ciertas querellas con Castilla, por la que no sentía un especial afecto pese a que se había casado con una princesa castellana, doña Berenguela, hija del rey de Castilla Alfonso VIII. Desde el inicio de su reinado comenzó un conflicto que no mermaría a lo largo de los años; el castellano ocupó algunas plazas de León que no le correspondían y Alfonso IX solo aguardaba la posibilidad de recuperarlas. Esta era la razón por la que estaba considerando su participación en la campaña contra los almohades.

Si Castilla era derrotada, León también sufriría el fortalecimiento musulmán. Aunque se había extendido por el sur hasta Extremadura, conquistándola en su práctica totalidad, si Castilla vencía, se volvería demasiado poderosa como para detenerla, y León quedaría encajonado. Pero existía una posibilidad: mientras Castilla peleaba, él recuperaría las plazas que Alfonso VIII le había quitado y que le correspondían.

Cadavéricos corceles
En esas estaba el rey leonés. Calculando si participar o no. Por lo que sabemos, Alfonso IX no participó en esa magna cruzada que fueron las Navas. Sin embargo, la leyenda popular matiza esta historia, pues desde tiempo inmemorial circulan consejas por la España castellana y leonesa que cuentan una historia estremecedora sobre algo que sucedió por aquellos días, los del verano de 1212.

Se hallaba el rey una oscura noche en la iglesia de San Isidoro. En el calmo cielo estival, de pronto, un gran estruendo rasgó el silencio de la capital leonesa, como si un gran ejército estuviese cruzando las calles de la ciudad. Resonaba un sacudir de arreos y un entrechocar de armas, y podían oírse los cascos de los caballos contra las piedras, y los bufidos de los animales, entrecortados, por todos lados.

Algunos leoneses salieron de sus casas al oír el ruido. Otros lo hicieron convocados por los sordos golpes sobre la madera de sus puertas. Todos vieron lo mismo: un fantasmal ejército perfectamente pertrechado, que los incitaba a tomar las armas contra el enemigo de Cristo, un enemigo que venía aterrorizándolos desde hacía siglos. Era aquel un ejército de caballeros cristianos muertos, caídos en la lucha contra los musulmanes en el último medio milenio, que se habían levantado de sus tumbas para despertar el sentido del honor y el orgullo de aquellos leoneses que iban a abstenerse de participar en la lucha.

En la penumbra, Alfonso IX pudo escuchar con nitidez cómo la hueste se acercaba a la iglesia. Los pasos cada vez resonaban más próximos a San Isidoro. Unos golpes secos, rotundos, cayeron como mazazos sobre el portón del templo. Cuando, ante la insistencia de los llegados, se decidió a abrir la puerta, el monarca vio estupefacto a los fantasmas de Rodrigo Díaz de Vivar y de Fernán González dirigiendo un espectral ejército a caballo, que reclamaba su compromiso. Los seguían los viejos guerreros caídos en combate, desde Covadonga hasta la fecha, que cabalgaban sobre cadavéricos corceles, leales en la muerte como habían sido en vida.

Dice la leyenda que los muertos habían venido para reclamar a los vivos. Y que los muertos marcharían a la batalla, de todos modos. Y más en sustitución de quienes no habían de acudir en auxilio de las tropas cristianas.

Un pastor desconocido
Resulta algo extraño, desde luego, que en los relatos de las Navas se haya venido insistiendo en la existencia de un pastor que guio a los numéricamente inferiores ejércitos cristianos por un desfiladero que nadie conocía, lo que les proporcionó una innegable ventaja. Quién fuera nadie lo sabe, pues una vez cumplida su misión el pastor se desvaneció y no volvió a oírse palabra alguna acerca de él.

En cuanto a la batalla en sí, no es menos curioso que el arzobispo de Toledo -y amigo personal de Alfonso VIII- Ximénez de Rada, quien fuera testigo presencial de la batalla, explicara que el combate se desarrolló en medio de una fenomenal polvareda en la que apenas podían distinguirse unos de otros y que, tras la batalla, sobre el campo quedaron muchos más cadáveres musulmanes que cristianos. Según el testimonio de Ximénez de Rada, entre los miles de moros caídos había muchos cuyos cuerpos se encontraban horriblemente mutilados y despedazados, pero sin que pudiera hallarse en ellos rastro alguno de sangre.

Autor: Fernando Paz
Referencia: http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/leyenda-navas-tolosa-o-los-cristianos-muertos-reclamaron-los-vivos-20120120

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